viernes, 22 de julio de 2011

XI (África)

El cascarón se rompe,
el hombre emerge de las profundidades.
El viejo pedazo de tela roja, blanca,
se despeña por la ladera blanca, roja de sangre,
surcando el lago gris,
las plumas del pétreo ave fénix,
muerto,
vivo por fin.

  
El hombre arde en la hoguera,
grita, y de sus ojos brota sabia de baobab.
Una lanza clavada en su costado,
un reloj de arena que le devora por dentro,
que le pudre el cerebro,
que le vacía las cuencas de los ojos
como un gusano de seda.

  
La sangre mana de la montaña.
La sangre empapa los cuerpos desnudos.
Como un ejército de hormigas solitarias,
los cuerpos se juntan, los flamencos emprenden el vuelo.
La sangre alimenta los cuerpos ávidos de sexo.
La sangre cubre el mar y alimenta a los hijos de los espíritus.

  
La sangre brota de los ojos del baobab moribundo.
El chamán despedaza su cuerpo,
los lobos aúllan y los guerreros ríen, ebrios de muerte.
Un cuenco lleno de sangre borbotea, al fuego.
El búho, degollado, cae sobre la cabeza del último de los hombres.

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