sábado, 19 de enero de 2013

LV

Cerré los ojos.
Ojalá soñase con ella.
Ojalá nunca despertase de ese sueño…
-Insha'Allah.
-¿Qué desea? –me preguntó una camarera árabe,
sin rostro y con un bonito vestido verde.
-Quizás deseo verde.
Una trampilla se abrió bajo mis pies.
Permanecí un instante,
una eternidad,
suspendido en aquel aire antes de darme cuenta.
Miré hacia abajo.
El zepelín sobrevolaba una llanura.
Una llanura verde.
Casi no había nubes.  
Me di cuenta entonces: tenía que caer.
Dejé que la gravedad me arrastrase,
lejos del monstruo volador.
Quizás no había sido la decisión correcta.
Caí.
Mi pierna dio una patada a la pared y abrí los ojos.
Los cerré, y los volví a abrir:
No había diferencia, todo negro.
Palpé la pared.
Tropezé con la mesilla de noche
-¿dejan de existir las mesillas durante el día?
¿se ocultan en una cueva donde duermen bocabajo?-.
Derribé un vaso de agua sobre los poemas.
Maldije.
Por fin, el interruptor.
Luz, cegadora.
Se contrajeron las pupilas.
No había soñado con ella.

1 comentario:

  1. Hay magia en tus palabras, sinceridad y fuerza. Tan natural como un diminuto riachuelo mojando la tierra, con la misma belleza.

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